martes, 24 de noviembre de 2009

equiparables, que no equivalentes U__U

Hoy haciendo compras con mi madre he captado una frase suelta: “Las mujeres que se arreglan es porque no tienen nada más que ofrecer.”

…Parpadeo incrédulo.
Silencio…
¿¡WTF!?

Queridos niños, bienvenidos a barrio sésamo capítulo uno: “Como defender la igualdad de sexos sin caer en el feminismo extremista” U___U
Y sí…No puedo evitarlo. Ese tipo de comentarios me enervan. Me ponen enferma, sin remedio ni paliativo posible. Dejemos claro un concepto: Defender la igualdad de sexos es procurar que la mujer tome su posición en el mundo al mismo nivel que el hombre, como MUJER. En ningún caso significa parecerse más a los hombres o adoptar sus roles: Eso NO es productivo. Solo refleja un machismo implícito, tal como el comentario anteriormente citado.
Me siento orgullosa de ser mujer. Y ser mujer lleva dentro del paquete ser femeninas. No es tampoco una obligación, ni mucho menos. Hay mujeres que no lo son, e, igualmente suelen ser apaleadas por lenguas de víboras con el apelativo conocidísimo de “marimacho”. Así pues, ¡Viva la dicotomía! O eres un neandertal con pechos o una zorra que vende su cuerpo… ¡Oh, sí! ¡Gracias a todos por el apoyo entre las mujeres!
Nunca me he considerado una chica especialmente bonita, más bien nunca le di mucha importancia, que recuerdo. Cuando era pequeña, crecí entre chicos mayormente y rehuí jugar a papás y a mamás en pos de ser la espía asesina de la unión soviética en mil y un juegos de guerra con mis compañeros de infancia. Aún así, con la edad, la femineidad que anda de capa caída por comentarios como esos, se fue haciendo un huequecito en mí. No me considero tonta, pero eso no significa que no se me vayan los ojos detrás de algo que me parezca “bonito”.

La femineidad, el mimo a nuestro aspecto y el recelo personal forma parte de un conjunto igual de importante que pueda serlo la capacidad intelectual de cada quien. Para mí, la virtud siempre ha sido el punto medio, y veo igual de incompleta una persona que se dedique únicamente a su cuerpo que una persona que haya olvidado que existe una cosa llamada ducha. Ojo al dato, señores, no estoy hablando de ir de punta en blanco, provocando, o según los cánones de belleza estandarizados, pero hagamos honor a la archiconocida sentencia: “Mente sana in corpore sano.”
Punto y aparte de estas (suponía yo) cosas más que trilladas (andaba errada, visto lo visto), me pararé un poco más en el punto estrictamente de las mujeres. Es un suplicio intentar abrirse paso con distancias de hormiga en un mundo donde todavía se pueden escuchar frases como: “Todas las mujeres son unas zorras menos mi madre y la mía.”. Pero si nos tiramos piedras a nuestro propio tejado la cosa se pone ya imposible. Nosotras no somos hombres. Nacimos con unos atributos diferentes y complementarios, igual que el sexo masculino para con el femenino. ¿Significa eso que debemos dejar a un lado nuestra naturaleza intrínseca para tener un espacio en este mar lleno de tiburones? ¿No es eso una renuncia? Yo quiero estar a la misma consideración que los hombres, pero no dejar de ser lo que soy, una mujer. Y muy a bien de serlo.

Hay mujeres que nacen con ese aire felino que se pega a la interminable línea de sus piernas. Las sonrisas, juegan en las comisuras de labios carnosos. Saben el arte de las miradas entre el cabello. Tienen un aura inherente, como un aroma característico. La dualidad entre niña y adulta. Los arrebatos infantiles y las inocencias pícaras de la seducción. Hay mujeres que llevan implícito en la piel su naturaleza más sinuosa. Y hay mujeres que no.

Y ni unas ni otras son mejores ni peores. Son iguales. Tan capaces y dignas como los son las mujeres comparadas a los hombres.
El coeficiente intelectual, señores y señoras, no es inversamente proporcional a la altura de los tacones o relativo a la longitud de la falda.